Cotidianidades... 106
24/06 2015
Cuando me gradué del kínder, amén de llevarme
vestido de blanco y con un simpático moñito rojo, mis padres no tuvieron muchos
más gastos. Recuerdo que el salón era caluroso, que estábamos apretujados y que
antes de escapar del bochorno y el gentío, un fotógrafo tomó la instantánea que
luego fue a vendernos a la casa.
En la primaria, además de la
consabida entrega de documentos, tuve una comida con mi grupo; y de la
secundaria, apenas salimos de la escuela nos cerraron la puerta, no se nos
fuera ocurrir intentar volver.
Claro, estas experiencias
son del siglo pasado y ni modo que las cosas no cambien. En estos tiempos
modernos los festejos son más “nice” y rimbombantes.
Me he enterado, por ejemplo,
que en algunos kínder a los niños les hacen una elegante ceremonia a las que
van vestidos como príncipes europeos, luego tienen una fiesta de gala y, si se
organizan los padres de familia, hasta viaje de graduación les toca.
Ahora, cuando la familia
tiene a un graduado universitario, además de los gastos de titulación, en
ocasiones adquieren togas y birretes que luego se pudrirán en un ropero (pero,
ternurita, es un bonito recuerdo), se compra ropa nueva para todos en casa y
destinan un porcentaje de los ahorros para comer en un restaurant cuyo costo va
a la altura de lo especial que es la fecha para la historia familiar.
El grupo que festeja se
evidencia al ir por la calle porque, por ejemplo, las mujeres llevan vestidos
de noche al medio día, o en el calor tuxtleco los hombres andamos con saco y
corbata, sudando como si deshidratarnos fuera el mayor propósito en nuestra
vida.
Tanta fiesta a la
culminación de un grado académido se debe a que muchos de los que ahora somos o
nos creemos adultos, seguimos pensando que la educación es una herramienta
fundamental para aspirar a tener un mejor estilo de vida. Vamos, es un reflejo
de la aspiración eterna de que a nuestra descendencia le vaya mejor que a
nosotros.
Sin embargo, esta idea sobre
la educación ha venido cambiando a pasos agigantados y cada vez son menos los jóvenes
que la ven como una opción necesaria para construirse un buen futuro.
Considero que esto se debe,
entre varias razones, al fracaso que muchos profesionistas tienen a la hora de
ejercer la carrera, pues por muy sonrientes y pizpiretos que hayan salido en la
foto, y aunque hayan participado con febril entusiasmo y singular alegría en la
quema de libros y cuadernos (ritual absurdo con que finalizan años de estudio),
a la hora de encarar un trabajo se les atora el disco duro y empiezan a ver
bizco, en tanto no tienen las competencias ni la actitud adecuada para
desarrollarlo y mucho menos para crecer en él.
Un camino a seguir sería capacitarse
para compensar las insuficiencias que se traen de la universidad (o desde la
primaria, pues no es chiste que muchos profesionistas no saben leer ni escribir
correctamente, amén de que pululan las universidades chafas), pero lo anterior,
además de implicar esfuerzo e inversión de recursos que a veces no se tienen,
requiere de una capacidad que te debería dar la universidad y que pocas veces
lo hace, que es la de aprender a aprender. De esa forma, esos profesionistas que
egresan terriblemente mal preparados, cuelgan su título en la casa de los papás
y salen a trabajar de lo que sea (dentro de los márgenes morales que su amplio
criterio les marque).
Al mismo tiempo, los recién
egresados se están encontrando con un mercado laboral difícil, en el que van a
la alza los empleos mal pagados (en 2014 el total de ocupados con ingresos
hasta de tres salarios mínimos aumentó en 897 mil 689 personas), a la vez que
desaparecen los más o menos bien pagados (ese mismo año, el universo de
ocupados con ingresos superiores a tres salarios mínimos se contrajo en un
millón 64 mil 515).
De esta manera, desde la mirada
de muchos jóvenes, la educación no cumple con las expectativas que les
infundieron sus padres.
Pero tampoco podemos aceptar
la concepción de que estudiar no sirve para nada, pues se trataría de una
visión limitada y conformista. Porque al mismo tiempo que elementos de estas nuevas
generaciones dejan de lado los estudios para jugar con el celular mientras te
cuentan que Steve Jobs no fue a la universidad y se quejan de que la realidad circundante
les quita las ganas de educarse, hay miles de chicos y chicas en el mundo que
sí se están preparando, que se están convirtiendo en guerreros del conocimiento
y que van a salir de las escuela a hacerse de un lugar en el mundo.
Considero que es nuestra
obligación mostrarles ese panorama global a nuestros jóvenes y entonces sí, que
decidan a qué grupo quieren pertenecer, bajo la conciencia de que ellos habrán
de hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones. Hasta la próxima.
Comentarios
Publicar un comentario