Cotidianidades... 102
26/mayo/2015
Cotidianidades…
Ya tenía rato de estar caminando por sobre
las tres décadas, cuando un buen amigo me deseó que algún día tuviera un hijo. Pensé
que bromeaba y le respondí con algún chiste, pues en ese entonces consideraba a
la paternidad como un oficio lejano de mis más genuinos intereses, e incluso
creo que fue en esa época que llegué a declarar que un hijo o hija sería un
accidente poco deseado.
Claro que con el tiempo las
personas, las cosas y las circunstancias cambian, y aunque yo seguía montado en
esa mula de negación a tener hijos, cuando supe que iba a ser papá, fue como si
me hubieran aplicado un lance de judo de esos que te dejan sin aire y viendo al
techo.
La emoción fue enorme y tomé
una serie de decisiones que transformarían mi estilo de vida, esto con el
objetivo de poder pasar el mayor tiempo posible con mi querubín, que aún no
llegaba.
Creo que a partir de él es
que he comprendido el amor más sincero y honesto, a ello le atribuía el que
buscara momentos y detalles que le provocaran sonrisas o que le hicieran la
vida un poco más cómoda y placentera. Claro que en el camino también lo he
corregido con firmeza y le exijo que realice pequeñas actividades para la casa
y que no le impliquen un riesgo a su edad. En todos los casos, con la mira en
compartirle que el disfrute y la disciplina pueden convivir en santa armonía.
Con el tiempo he comprendido
que los niños te dejan muchas más cosas que sólo el gusto de verlos felices.
Por ejemplo, es a partir de ellos que muchas y muchos comenzamos a
desarrollarnos con mayor ímpetu en nuestros oficios y actividades, en primer
lugar porque gracias a nuestros querubines andamos más inspirados, pero sobre
todo, porque sabemos que ahora hay un ser humano que depende de nosotros, a quien
por lo general se pretende dar más que a nosotros mismos (está bien, esto en
exceso llega a ser dañino, pero al principio es un acicate para el desarrollo
personal de los padres), quienes sin pedirlo te invitan a ser mejor.
Es también a partir de los
hijos que solemos realizar apuestas más grandes y corremos riesgos desmedidos,
tratando de asegurar el presente y el futuro, y aunque sabemos que ninguna de
las dos cosas es necesariamente posible, arremetemos con fe para tener alguna
certeza que podamos compartirle a nuestros descendientes.
Por otro lado, son ellos
quienes con sinceridad y sin remordimientos te bajan a la realidad. Los niños
tienen la enorme capacidad de ver la vida con simpleza y sin prejuicios, y por
lo mismo, como en el caso del cuento “El traje del rey”, te declaran tus
errores y te señalan caminos menos complicados para resolver asuntos
cotidianos.
Hace poco llegué molesto a
casa, hacía calor, el tráfico era agobiante y muchos impudentes al volante
estaban actuando a sus anchas, en tanto casi no se ven a agentes de tránsito
por Tuxtla Gutiérrez. Mi hijo, con gesto serio, se acercó a preguntarme si
estaba enojado, “algo”, le contesté con tono hosco. Entonces él sonrió y me
dijo “¿y por qué no mejor te pones feliz?”
Tal vez mi primera mueca fue
de una sonrisa forzada, pero la segunda salió un poco más espontánea y pronto
estaba bromeando por la casa. Quien más sonriente andaba era el niño, de seguro
contento porque veía a su padre contento, y porque me ayudó a recordar que
cambiar de estado de ánimo no es tan difícil como algunos adultos hemos
aprendido a creer (Bueno, algunos y algunas se encabritan a la velocidad de la
luz, pero estamos hablando de gente
normal en situaciones positivas y no de ciclotímicos en su vida diaria).
Partiendo de esa experiencia
y de otras reflexiones, comencé a preguntarme: ¿qué les queda o qué toman
nuestros hijos de lo que les ofrecemos y damos? ¿Cómo interpretan ellos nuestro
ejemplo, nuestras palabras y expectativas de vida? ¿Qué de lo que estamos
haciendo los adultos, será determinante en la vida de los niños y niñas? Porque
si bien conforme pasan los años, nuestros querubines van tomando sus propias
decisiones y cada uno tiene su propia personalidad, no es menos cierto que la
gran mayoría de cristales con que ven y comprenden el mundo, así como su modo
de actuar en éste, son aprendizajes adquiridos en casa.
Por otro lado, estas mismas
preguntas se pueden aplicar a las personas adultas, nomás que en retrospectiva,
por ejemplo, ¿qué empuja a la mayoría de nuestros políticos a enriquecerse de
manera cínica y descarada aún a costa de la destrucción de la sociedad que los
sostiene? ¿Qué aprendieron en sus casas muchos
servidores públicos que no se tientan el corazón para destruir el medio
ambiente, el tejido social y al mismo tiempo tomar decisiones que llevan al
hambre a cientos de niños y niñas? ¿Qué tipo de pobreza vivieron todos ellos, que
ahora no hay riqueza material que pueda resarcir lo que antes les faltó? Son
preguntas fáciles de realizar, pero una respuesta sincera, quizá sólo pueda provenir de alguien que
tenga el alma de niño, y eso, entre los interpelados, supongo que es difícil de
encontrar. Hasta la próxima.
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