Cotidianidades... 95
06/abril/2015
Cotidianidades…
Aprovechando los días de descanso y este
sabroso calor tuxtleco (a ver si digo lo mismo en mayo), se me ocurrió armarle
una “albercada” a mi hijo. Así que rescaté su vieja bañera de bebé, cargué un
par de cubetas de agua, junté juguetes con dibujos marinos y asunto resuelto.
No terminaba de armar el escenario
de ensueño, cuando el querubín lanzó un alarido escalofriante, seguido por un
llanto tétrico que rompería el corazón blindado de Agustín Carstens.
Empuñando el machete de la
justicia corrí a su lado, sólo para encontrarme con que el condenado escuintle había
metido al agua su cochecito favorito, el cual perdió las calcomanías y quedó
tan simple como limonada sin azúcar.
Tratando de parecer un
hombre sabio, intenté explicarle que el suyo era un problema menor, el cual
podría solucionarse fácilmente. Además, le dije, lo más importante es disfrutar
este momento y no malgastarlo llorando. Como ni así paraba de llorar, comencé a
quitarme el cinturón para aplicar aquellas técnicas del siglo pasado con que me
educaron mis padres.
Entonces ocurrió el milagro.
El niño dejó de llorar y muy
sonriente me dijo:
—¿Y si compras una revista
con “stickers” para pegárselos a mi
carrito?
El drama decayó en comedia,
el dolor resultó ser fingido y además trocó en chantaje, y mi molestia se
convirtió en una sonrisa, que fue ignorada por mi hijo que ya estaba jugando a
golpetear el agua.
—Armaste una farsa —le dije,
y corrí a investigar si apliqué de modo correcto el término.
Resulta que si bien la farsa
nació con el fin de evidenciar, a través de lo grotesco, algunas situaciones
sociales, con el tiempo se transformó hasta derivar en el teatro del absurdo.
Sin embargo, de acuerdo a la Real Academia de la Lengua, también puede ser
considerada como una pieza cómica que tiene el único fin de hacer reír, o ser
un enredo o trama preparada para engañar.
A partir de esas lecturas
concluí que lo más probable es que todos, en algún momento de nuestra vida,
hayamos actuado una farsa.
Siguiendo con mis reflexiones,
llegué a una conclusión que cimbrará a los críticos de nuestros actuales
gobernantes, me refiero a “esos” quienes nos dicen que durante el actual
sexenio «la cultura ha sido relegada al desván del olvido».
Eso no es cierto, señores.
Nada más alejado de la realidad. Al contrario, la actuación y el desarrollo de
guiones dramatúrgicos están a la orden del día, y se ejecutan sin pudor ante
medios de comunicación, en el Congreso, en la Cámara de Senadores e, incluso, hemos
enviado representaciones al Reino Unido.
Ahora, que todos esos
montajes estén orientados a esa forma de comedia que es la farsa, bueno,
digamos que pudiera ser obra de la casualidad, pero definitivamente no hay mala
intención en ellos y al contrario, sólo tienen el objetivo de llevar cultura al
pueblo, nada más que nuestros actuales políticos/actores sufren el mal de los
genios y no los hemos sabido comprender.
Estoy seguro de que muchos
pondrán en tela de juicio lo que acá aseguro, pero ellos (los
políticos/actores), en su bondad casi infinita, nos mandan mensajes que si son
vistos con un corazón puro, se comprenderá que tengo razón.
Un ejemplo de ello es la
propuesta de nuestra futura diputada Carmen Salinas, quien pretende llevar
clases de actuación a las escuelas, lo cual, partiendo del actual contexto,
resultará una herramienta indispensable para todos aquellos niños que sueñen
con gobernar este país.
Otro ejemplo es la
explicación que dio David Korenfeld, Director de la Comisión Nacional del Agua,
por haber usado el helicóptero de la institución para fines estrictamente
personales (creo que le dolía la rodilla). Pero, ojo, su intención no era
mentirnos. No, por favor, él considera que el pueblo es lo bastante inteligente
como para tragarse un embuste tan mediocre, lo hizo para demostrarnos el nivel
de maestría que ha logrado alcanzar como farsante.
No voy a seguir con los
ejemplos porque temo cansarlos y, por otro lado, estoy seguro que no necesita
más que observar a su alrededor para descubrir farsas en acción que —esto sí es
desafortunado— se pagan con sus impuestos.
Lo que sí quiero dejar
asentado, es que mi admiración por estos seres políticos/actores es una farsa, y que al puro
estilo de Murillo Karam, ya me cansé de que la política en nuestro país sea
manejada como un mal guion de telenovela. Hasta la próxima.
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