Cotidianidades... 87

03/Febrero/2015

Cotidianidades…
Alguna vez escuché de un grupo de inconformes que los puentes vacacionales son un invento para promover la holgazanería, el despilfarro y paralizar las actividades laborales como si la riqueza sobrara en el país. Puede que esa bola de amargados que esgrime tan pragmáticos argumentos tenga algo de razón, sin embargo, no cabe duda que para la mayoría de las personas un fin de semana largo nos representa un respiro en medio de nuestras actividades cotidianas.
En esos días, y si se amarra a tiempo a los niños, uno puede levantarse tarde, desayunar con calma y con la tranquilidad de saber que al menos esas mañanas, no habremos de perseguir al colectivo para llegar temprano al trabajo e incluso, haciendo malabares con el presupuesto, puede surgir la posibilidad de salir de casa y visitar algún lugar no muy lejano.
El puente pasado tuve la oportunidad de turistear en la siempre mágica San Cristóbal de Las Casas. El clima estaba increíble, mi esposa andaba de lo más sonriente y, para coronar el momento, nuestro querubín no realizó un berrinche en todo el santo día. No sé si esto último tenga relación con el libro que llevé para leer y que hablaba del sacrificio de infantes en el mundo mesoamericano, pero no importa, el paseo iba de maravilla, hasta que llegamos al centro de la ciudad.
Ahí encontramos un grupo de acarreados —la mayoría indígenas tsotsiles— a quienes se les pedía vitorear el nombre Fernando Castellanos Cal y Mayor, diputado del Partido Verde Ecologista. Al principio me indignó escuchar cómo los animadores exigían una porra para este joven político a personas que quizá nunca habían oído de él, pero la respuesta fue tan fría y apagada, que a pesar de la indignación comencé a sentir pena ajena. No cabía duda, quienes estaban arriba del estrado se estaban jugando la chamba y sus rostros reflejaban la intranquilidad y angustia que les generaba la apatía de los asistentes.
Por suerte los organizadores de tales eventos no suelen rendirse fácilmente y sacaron el as bajo la manga: un orador tsotsil dispuesto a encender los ánimos y alegrar el ambiente. Al final de su entusiasta perorata, para demostrar que él si era capaz de alebrestar al auditorio, también clamó por una porra para el ilustre desconocido.
Si le contestaron familiares y amigos fue mucho, pues la respuesta generalizada siguió consistiendo en silencio y miradas frías.
—Estamos aquí por las cosas que dan, no para hacerlas de sus payasos —me confesó un amigo que encontré entre el tumulto. Con sonrisa irónica iba a preguntarle cuánto costaba su conciencia, pero decidí mantener la amistad y los dientes, además de que cada uno conoce sus necesidades y hay ocasiones en que un regalo (como las licuadoras que ahí rifaban) puede sacar de un apuro.
Entre otras cosas, atrajo mi atención lo que considero el choque con la realidad que están teniendo estos líderes que no son tales, y que pretenden impulsar su imagen a través efectismos mediáticos, utilizando recursos públicos para sus afanes políticos y echando mano de estrategias antediluvianas —como el acarreo, la torta y el refresco—. Esto sin tomar en cuenta que la población a la cual pretenden dirigirse, tiene necesidades mucho más profundas de las que sus pobres promesas en mítines pueden satisfacer, y que si llegan a las plazas no es por acompañarlos y demostrarles apoyo, sino dispuestos a estirar la mano y agarrar hasta donde les alcance, bajo la conciencia de que su voto no se lo regalarán a cualquiera, sino que lo venderán al mejor postor el día de la elección.
Bajo este esquema, resulta vano discutir quién puede ser la persona idónea para un puesto de elección popular (que de por sí la caballada anda flaca), pues ganará quien cuente con el apoyo del Estado y de sus instituciones, en tanto tendrá los recursos para comprar los votos de la población más pobre que, no casualmente, es la gran mayoría.
La situación económica mundial se ve cada vez más compleja, la seguridad y el estado de derecho en el país están siendo vulnerados, y la corrupción comienza a ojos de todos desde los niveles más altos para luego permear hasta el subsuelo. Revertir estos procesos requiere de una gran transformación social que implica trabajo conjunto y un sincero compromiso ciudadano con el bien común, y es difícil que esto se logre si permitimos que las riendas de México sean dirigidas por políticos vacuos, ambiciosos y preocupados por salir bien en la foto.
La sociedad entera es la única responsable de reorientar los destinos del país, esto implica, al menos, exigir respuestas y resultados de nuestros gobernantes, transparencia en procesos jurídicos y financieros, y una honestidad a prueba de escrutinios públicos. Esta es una situación que puede parecernos utópica, pero que en varios países es una realidad cotidiana y, por lo tanto, también es alcanzable.  Hasta la próxima.



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