Cotidianidades... 154

Cotidianidades…
Es común que los viernes vayamos a cenar en casa de mis padres. Amén de que nos ahorramos lo de la cena, solemos saborear platillos deliciosos, pues mis padres compiten por ver quién de ellos cocina más rico y así todos salimos ganando (sobre todo peso, pero bueno, ese asunto se tratará en otra columna).
Sin embargo, lo más delicioso de esos encuentros suelen ser las charlas de sobremesa, en las que pasamos del chiste al tema filosófico, para luego saltar a la política, quejarnos del presidente que resultó tan malo hasta para echar mentiras o recordar el pasado y realizar pronósticos sobre el futuro.
En una de estos encuentros pusimos sobre la mesa el tema educativo, y terminamos por preguntarnos qué herramientas debíamos darle a nuestros hijos para que caminen al futuro con una preparación adecuada para generarse una vida cómoda y además ayudar a construir un mundo más bonito.
Por supuesto que el amor por la lectura y el manejo de las operaciones matemáticas básicas fue considerado fundamental, a eso le sumamos los idiomas, educación financiera, cursos para estimular la creatividad, distintas formas de arte, manejo de tecnología, varios tipos deportes y cada uno de los cursos que ofrece un club cercano a la casa.
Conforme a ese listado y si nos decidiéramos a brindarles todas esas “herramientas” a nuestros querubines, ellos tendrían agenda llena de acá al siguiente siglo, nosotros nos convertiríamos en taxistas de horario vespertino y necesitaríamos ganar la lotería por los gastos que nos generaría. Yo, además, comprendí que ni los niños ni los adultos tendríamos vida.
Entonces saqué una conclusión armada con reflexiones y diversas lecturas y, poniendo mi carita de beato a punto de ser santificado, sugerí: “No nos compliquemos, sólo debemos criarlos con amor y no coartar sus juegos, con eso ellos, al menos, adquieren confianza en sí mismos y desarrollan su creatividad”.
La charla terminó ahí porque en ese momento entraron los niños de la familia armando alboroto y le pidieron al abuelo que de una vez por todas, sin pretextos ni quejas, se integrara a sus juegos.
Un poco por casualidad y otro porque cuando uno aborda un tema el cerebro está más atento a los asuntos relacionados con el mismo, a los pocos días encontré un video en el que Michael Moore (aquel que dirigió “Fahrenheit 9/11” y el documental sobre las armas en Estados Unidos “Bowling for Columbine”) va a Finlandia a intentar encontrar cuál es el secreto para que los estudiantes de ese país se ubiquen entre los mejor evaluados en todo el mundo, incluso por sobre países orientales donde los niños se dedican a estudiar casi todo el santo día.
Lo que encontró resultó interesante, porque contraviene la dirección que se han ido tomando en algunos países donde, supuestamente, se apunta hacia la obtención de los mejores resultados posibles en sus futuros trabajos, y en ese afán eliminaron de los planes de estudio, al menos, civismo, filosofía, historia y  arte.
Los maestros finlandeses, en cambio, le apuestan a la poesía, a las artes manuales, al civismo, al estudio de otros idiomas, al juego como una experiencia de aprendizaje, al proceso reflexivo de lo que se vive cotidianamente, a la convivencia entre sujetos de distintas clases económicas y, en especial, a que aprendan a ser felices. No les dicen que una vez concluidos sus estudios podrán hacer lo que quieran, sino que desde niños los invitan a ir construyendo el mundo y el modo en que quieren vivir.
Por supuesto que dan ganas de que nuestros querubines pudieran crecer en un ambiente así, y se pregunta uno qué deberíamos hacer en un país como México para aspirar a una educación de ese tipo.
El punto es que esa transformación requeriría de un proceso de complejo, que si bien pasa por cambios en nuestro concepto de lo que es la educación, requiere además una metamorfosis en los sistemas de seguridad social, en la democracia, en la aplicación de la ley, en la transparencia en el uso de recursos públicos y en muchos temas más que usted debe tener en mente.
Veamos un sólo ejemplo. Mientras a usted o a su patrón le descuentan lo del Seguro Social, es muy probable que si está en sus posibilidades, usted además compre un seguro de gastos médicos que en caso de enfermedad, le permita no caer en un hospital del Seguro Social por el que está pagando. Es decir, en lugar de ocuparse de atender, jugar y filosofar con sus hijos, debe dedicarse a ganar más dinero para cubrir esos rubros que el estado es incapaz de cubrir (usted comprenda, antes que su salud, nuestros seudo-líderes tienen como prioridad comprar propiedades en el extranjero, amasar fortunas o llevar a las novias a las Olimpiadas), mientras que los finlandeses no andan con esas preocupaciones, pues saben que cuentan con un sistema público de salud de alto nivel.
Es cierto que a cambio les cobran un montón de impuestos —y les debe doler el codo pagarlos—, pero al menos saben que están siendo bien utilizados, mientras que nosotros tenemos la certeza de que ocurre justo lo contrario.
Hasta la próxima.
 
Foto: Vientos Culturales.
 

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