Cotidianidades... 153
Cotidianidades…
Conocí al Bigoché cuando él era cocinero de un grupo de trabajadores de una comunidad indígena, dicharachero y franco, solía acaparar la atención con sus chistes ingeniosos y una charla amena, llena de sorpresas, al mismo tiempo que imponía respeto con sus más de uno ochenta metros de estatura y su fortaleza física que ponía a prueba delante de todos con sus tareas cotidianas.
Conocí al Bigoché cuando él era cocinero de un grupo de trabajadores de una comunidad indígena, dicharachero y franco, solía acaparar la atención con sus chistes ingeniosos y una charla amena, llena de sorpresas, al mismo tiempo que imponía respeto con sus más de uno ochenta metros de estatura y su fortaleza física que ponía a prueba delante de todos con sus tareas cotidianas.
Una tarde nos quedamos
platicando sobre el pasado, ahí nos confesó una época con cierto esplendor, en
el que junto con dinero le llegaron invitaciones a fiestas, al alcohol y a las
drogas.
Sin embargo, y a pesar de lo
poderoso que suele ser el abrazo de los vicios, él logró alejarse de ellos y de
la mano de su fe en sí mismo, en ese entonces ya tenía varios lustros de no
probar ni una copa de licor.
—Pero todo tiene un costo
—nos dijo esa ocasión—, y a pesar de mi arrepentimiento y de que me pedí perdón
a mí mismo y a mi familia, ya no quedé igual. Las disculpas pueden calmar las
conciencias, pero no reparan los daños más profundos. Y a veces, hay que pagar
por ellos.
En ese instante me pareció
un hombre sabio, y sigo pensando de que si bien nunca de bajó del todo del
carnaval en que convirtió su vida, al menos fue capaz de reflexionar su andar
por el mundo, para sacar conclusiones que intentaba compartir con los demás.
Con el pasar de los años, me
he ido dando cuenta que una de las formas de adquirir sabiduría consiste en
estar atento a lo que nos ocurre y, al mismo tiempo, tener la honestidad de
decirnos a nosotros lo que vemos, sentimos, pensamos y provocamos con nuestro
actuar.
De hecho, darse cuenta de
que hay acciones que ya no tienen retorno, y que no hay disculpas ni
solicitudes de perdón capaces de resarcir ciertos daños, es quizá una de las
primeras lecciones que aprendemos. Es más, si esa solicitud de perdón no es
sincera, se nota, y entonces el acto se convierte en una situación cínica, que
además enoja porque no viene acompañada por al menos un intento de desagravio.
Un ejemplo de lo anterior lo
vivimos con el Presidente de la República, quien salió a pedir perdón por haber
adquirido en su momento la no menos famosa Casa Blanca, nada más que sin
contarnos en qué quedó el asunto, de dónde salieron los recursos para comprarla
y cuál fue su destino una vez que los devolvieron, como si al ver fijo a la
cámara —eso sí, ni quien lo niegue, con mirada de primer actor a punto de
lanzar una verdad universal— fuera suficiente para que todos digamos: “míralo,
pobrecito, tan buena gente y dando la cara ante el país y el mundo, ya, lo
perdonemos, no seamos gachos, que vea que los de la prole sí tenemos corazón”.
Lo malo estuvo en que al
ratito salió lo del departamento doble en Miami, y entonces, para no andar
dando disculpas a diestra y siniestra —no vayan a ser que pierda credibilidad—,
dijeron que con la pena pero ahí si no hay conflictos de intereses, nomás que
un amigo les hizo el favor de pagar el predial, total, como hay confianza entre
ellos, luego le devolvían la lana y listo. Ya sólo faltó que remataran:
“Además, fue aprovechando que iba al centro y así nos ahorrábamos lo de un
pasaje, es que ustedes quizá no lo sepan, pero vieran lo caros que salen los
viajes internacionales”.
Viendo lo bien que se ve su
jefecito pidiendo disculpas y para no quedarse atrás, apenas regresó de Brasil,
el señor Castillo (ese que desfalca la CONADE e invita a desfilar a su novia
con la delegación de deportistas en unos juegos olímpicos) en cuanto vio una
cámara televisiva delante suyo, pidió disculpas “por la frivolidad” y aseguró
que su renuncia estaba sobre la mesa, que debe ser la mesa de su abuelita,
porque si fuera en la del Presidente —quien se supone ve por el bien de su
país—, no habría podido aceptarla en tanto desde antes ya lo habría corrido.
El punto es que estos tipos
de pronto parecen bailarines de Can-Can a quienes se les olvidó ponerse los
calzones, y por más señas que les hagamos y por más cara de asco que nos vean,
no hay cómo dejen se “mostrar sus vergüenzas” (¿O sus desvergonzadas?), si no
es bajándose del entarimado. Y eso, como usted comprenderá, sería perder el
negocio, así que no lo van a hacer.
Por otro lado, y siendo
coherentes (al menos en su indecencia), si a ciertos criminales los ha nombrado
cónsules para representar a México en el extranjero, si piensa que la
corrupción es parte de la cultura mexicana, si no lee y aun su tesis de
licenciatura no resiste una revisión pero se cree capaz de hacer historia
instaurando una reforma educativa, ¿usted cree al Presidente le preocupa lo que
pensemos sobre un sujeto que nada sabe de deporte pero con quien lo liga su
historia personal?
Es cierto que hace rato
muchos de nuestros actuales seudo-líderes debieron irse por los perjuicios que a
la fecha han cometido, pero sobre todo, y esto es lo más importante, por los
que todavía habrán de perpetrar —se ven muy dispuestos a hacerlos—, y por ahora
no veo una fuerza capaz de detenerlos. Ojalá me equivoque.
Hasta la próxima.
Foto: CNN en español.
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