Cotidianidades... 111
19/08/2015
Cotidianidades…
Aunque para los papás, estos deberían ser
días felices, pues lentamente se acerca el final de las vacaciones y por fin
podremos liberarnos de nuestros querubines así sea por unas horas, al parecer
la felicidad nunca puede ser total y absoluta y, a modo de karma, debemos pagar
por esa libertad que todavía no tenemos.
Los cobradores de dicho
karma toman forma de escuela. No termino de comprender si es a modo de desquite
por los muchos retortijones estomacales que sufrirán gracias a nuestros
chamaquitos, o si lo hacen para que reconsideres si realmente quieres traer más
niños al mundo, pero hay instituciones y docentes que se encargan de hacerle la
vida de cuadritos a los padres y madres de familia (y no cualquier cuadrito,
sino grande, en hoja bond y en cuadernos cosidos con esmero), y te piden un
montón de artículos escolares que, amén de caros, te implican un reto artesanal
y mucha paciencia.
De hecho el dolor de cabeza
comienza desde julio, cuando junto con las boletas y una sonrisa (¿será de
burla?), te entregan la dichosa lista de útiles escolares que, así hayas sido
un burro en la escuela, mentalmente y de manera vertiginosa sumas los probables
costos, para llegar pronto a un resultado capaz de hundirte en la depresión, si
tu cerebro no usara artimañas como la de decirse a sí mismo: “luego te
preocupas por esto”.
Claro que, como dijera el
ahora desaparecido Kalimán, no hay día que no llegue ni fecha que no se cumpla,
e irremediablemente llegará el momento en que deberás cumplir con la compra.
Ese día, cartera en mano, dirigirás tus pasos a una casa de empeño, donde
dejarás alguna antigua ilusión a cambio de una linda esperanza, la de que tu
descendencia reciba una formación académica
tal, que en su adultez no pase por las estrecheces económicas que ahora tú
vas sorteando.
De hecho, las casas de
empeño calculan de un 40% a un 60% el incremento de pignorantes durante esta
época, los cuales, apenas salen de estos establecimientos, dirigen veloces sus
pasos a tiendas de uniformes, librerías y papelerías, no vaya a ser que alguna
otra necesidad se les atraviese en el camino y la situación se agrave más
todavía (claro, de ser ese el caso, puede consolarse diciéndose: “hay países
donde están peor que aquí”).
Pareciera que al tener el
dinero en la mano, lo demás se resolverá sin mayores dificultades. Mentira. No
es cierto. Se trata de un engaño doloroso. En realidad sólo ha saltado un
escollo, pero faltan otros, muchos más, como encontrar el cuaderno de pasta
azul, cosido y con rayas bien marcadas, que sólo vende una papelería que está a
punto del desabasto, razón por la cual deberás entrar en combate con otros
progenitores tan desesperados como tú por hacerse de la última libreta en
existencia. Luego deberás conseguir los colores, crayones de cera, pliegos de
papel de los que nunca has oído hablar, el juego geométrico, batas o mandiles
de colores específicos y cuadritos precisos, carpetas de arillos, sacapuntas,
borradores, libros tan caros que con ese dinero podrías comer una semana y, por
supuesto, un mecapal, para que el niño o niña pueda ir cargando tanta cosa a la
escuela.
Pero no se apure a respirar
con tranquilidad, todavía falta numerar cada hoja de los cuadernos, forrar
libros, rotular cada uno de los útiles, y no se le vaya a olvidar ponerle el
nombre del querubín a un solo lápiz, porque justo será ese el que se pierda el
primer día de clases, y ante cualquier reclamo el docente lo quedará viendo con
gesto de: “yo se lo advertí, allá usted si no hizo caso”.
Un caso extremo, y real, es
el de una maestra que pidió dos cuadernos cosidos de cien páginas, los cuales
deberán descoserse y luego volver a unirse, porque para impartir su sabiduría,
ella requiere de cuadernos de doscientas páginas.
Así que ahí nos tienen a
padres y madres de familia, a las abuelitas, a las tías y a los niños,
trabajando con empeño porque a pesar de todo y de los malos ejemplos que
abundan, le seguimos apostando a la educación como la principal herramienta
para escalar social y económicamente.
Por supuesto que siempre
existe la posibilidad de reciclar, de recuperar los libros que usaron los
mayores para borrar las respuestas y así se les pase a los hermanitos o primitas
más pequeñas, de remendar la falda que dejó de usar la vecina y de estirar a
fuerza de brazos la playera de educación física que le compraron al niño en
segundo año y sigue usando en sexto.
Otro modo de no sentir tan
duro el ramalazo, sería el ponernos de acuerdo con las escuelas, y que los
útiles se fueran comprando conforme avance el año escolar y de acuerdo a las
necesidades reales que se vayan teniendo, para que no al final nos encontremos,
como suele ocurrir, con útiles que nunca fueron usados.
Al final de cuentas, los
principales y más profundos conocimientos que debe adquirir un estudiante —de
cualquier grado escolar— y que le servirán para toda la vida, no requiere de
cajas de cuarenta colores, de cuadernos con pastas dura o de tabletas y laptops,
en tanto para aplicarlos en la vida real, sólo les hará falta un lápiz y una
hoja. Hasta la próxima.
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