Cotidianidades... 81

01/nov/2014

Cotidianidades…
Hace algunos años, una octogenaria vecina de mis padres, venció la vergüenza que le causaba pedir ayuda económica, pues decía necesitar un remedio que le curaría muchos males. Mi madre, consternada y con el afán de ayudarla, le preguntó qué remedio era ese para comprárselo. La anciana enrojeció y después de varios rodeos, confesó que se trataba de una crema que anunciaban en la televisión y era muy buena para quitar arrugas.
Mi mamá le compró la crema, misma que le fue devuelta menos de quince días después, acompañada por la indignación de la anciana, quien vociferaba que le habían tomado el pelo, en virtud de que a pesar de estarla usando día y noche, nomás no la había rejuvenecido.
Si bien la anécdota da para la chanza, en la vida cotidiana es fácil encontrar a quienes tratan de solucionar problemas enmarañados y con mucha profundidad de esa manera, maquillándolos o dándoles una repelladita, que total, si no se les ve es casi como si no existieran, aunque en la realidad sigan carcomiendo el interior de las cosas.
A la inseguridad en el país, por ejemplo, se le piensa atacar con un decálogo en el que nadie cree y del cual muchos se mofan. Una razón de fondo es que no plantea el ataque frontal a la corrupción, pues si lo hiciera, tendría que empezar por renunciar el presidente, quien considera que ser corrupto es parte de la cultura, no de la que se lee en los libros, sino de otra que, curiosamente, parece que sí le gusta disfrutar.
Apelando a mi libertad imaginativa, permítanme lucubrar que hay algo más de fondo detrás de esta crisis económica, política y de seguridad, donde los cárteles tienen el control de pueblos y municipios. Supongamos, por ejemplo, que no fuera el señor del copete engelado quien toma las decisiones, sino alguien más detrás suyo que lo haya —por ejemplo— apadrinado políticamente.
Supongamos, además, que ese padrino tiene mirada turbia, ningún pelo de tonto y alguna vez creyó poseer el control de la nación. O al menos eso nos hizo pensar, pues al final se notó que en su afán de enriquecer y empoderar a unos cuantos —sobre todo familiares y amigos—, el país se le escapó de las manos, y en su último año tuvo un levantamiento armado, magnicidios y dejó lista una hecatombe económica que significó la devaluación del peso frente al dólar.
Vamos, ni el atacado Chespirito le hizo tanto daño al país.
Supongamos, entonces, que el actual presidente sigue el estilo que le marca este antecesor, y es por eso que el rumbo del país nos parece tan incierto, en tanto está plagado de desorden económico, corruptelas, ilegalidades e incongruencias tan evidentes que ofenden.
Ya sé que quizá estoy imaginando perversidades como las que a veces pongo en las novelas de ficción, y que en esta historia de la vida real no hay títeres ni titiriteros, aun así, de pronto parece que estoy viviendo un dejà vu remasterizado, donde nuestros dirigentes y partidos políticos (perdón que me los apropie, pero viven de nuestros impuestos), por estar ocupados en enriquecer a unos pocos —sobre todo a través de mecanismos poco éticos—, no terminan de entender a este su país, que reacciona con tanta rabia ante las injusticias, la criminalidad y, perdón que insista con el término, la corrupción.

Había pensado en poner a discusión mi propio decálogo, el cuál incluiría puntos como: quitarle el fuero a los diputados, juzgar como traición a la patria el pedir u ofrecer sobornos y participar en corruptelas, bajar los ingresos a partidos políticos para invertirlos en educación, fiscalización a sindicatos, impartir clases de pensamiento crítico en las escuelas y legalizar las drogas, sin embargo, como de cualquier manera luego nadie les hace caso —ni siquiera quienes los declaran—, decidí ahorrarme mis ideas para la próxima década. 

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