Cotidianidades... 80
24/nov/2014
Cotidianidades…
La queja fue lanzada como si se tratara de
una maldición: “Mi hija ha cambiado mucho en estas últimas semanas”. El hombre
apuró un trago de tequila y nos quedó viendo como si tardáramos en darle las
condolencias. En lugar de eso le preguntamos a qué se refería.
—Ya es una adolescente —dijo
con voz triste— y creo que está enamorada.
¡Tómala! Ni cómo ayudarlo.
La niña de hace un par de años ahora es una jovencita que ya voltea a ver a los
“degenerados asaltacunas” de su misma edad y a veces, ¡la muy impúdica!, a varios
un tanto mayores.
Con actitud de Guillermo
Prieto cuando dijo “los valientes no asesinan”, otro compañero lanzó la frase:
¡todos estamos cambiando siempre!
A punto estuve de decirle
que se dejara de… cursilerías, pero en un raro momento de iluminación aproveché
ese lugar común para intentar sacar a mi amigo de su frustración:
—Es cierto lo que él dice
—le aseguré mientras le daba una palmada en la espalda para animarlo—. Si no,
mira hacia ti mismo. Antes eras tenías una figura esbelta y caminabas erguido,
ahora el peso de la panza pareciera obligarte a llevar los hombros caídos, eso
sin tomar en cuenta el gesto de burro viejo que te cargas.
—Es que ya no puedo andar en
bicicleta ni hacer ejercicio —dijo como disculpándose—, tengo las rodillas
hechas polvo.
—Ya ves —le contesté—, tú
tampoco eres el mismo de hace unos años.
—¡La encontré llorando!
—respondió a punto de ponerse a llorar él también.
—Crecer duele —dijo mi amigo,
el de los lugares comunes, y todos guardamos silencio, en mi caso, recordando
anécdotas de mi adolescencia, que si bien le dieron cierto encanto, también la
hicieron amarga.
En ésa época uno desea
crecer, convertirse en adulto, y tu cuerpo —con sus atrasos y adelantos— lleva
a cabo ese cometido, sin embargo tu mentalidad, que crees camina hacia la
adultez, de pronto la sientes demasiado amarrada a la infancia, y vuelves a
ella con la sensación de que estás haciendo el ridículo.
Los adultos tampoco la
tienen fácil, no saben cómo tratar a los adolescentes, y por más jóvenes que
quieran sentirse, están —estamos—lejos de comprender a las nuevas generaciones
con la nueva realidad que ahora enfrentan, donde la tecnología, la
interconectividad, la sexualidad y la exposición social ocurre de modos
distintos a los que nos tocaron hace apenas unos lustros.
Por si fuera poco, les toca
vivir una época donde el país entero parece querer transformarse. Casi no hay
institución que no esté en tela de juicio, la incertidumbre se asoma casi a
cada paso, y la inmoralidad y la corrupción comienzan a ser señaladas como
nunca antes, quizá porque también como nunca han alcanzado niveles de escándalo
y, en lugar de mantenerlas ocultas, ahora se muestran con cinismo y en algunos gaviotescos casos, hasta parecen
ofendidos porque la gente cuestionen sus acciones, sólo falta que digan:
“¿Cómo? ¿Qué lo normal no es robar?”
Estos últimos temas están
muy presentes en el día a día. Si tiene espíritu chismoso, camine despacio por
algún restaurante o café que tenga bastante clientes, y se dará cuenta cómo la
política nacional es un asunto recurrente en las charlas cotidianas.
Sin embargo, y mientras los
adultos nos deprimimos por la situación actual, son los niños y adolescentes
quienes con una nueva perspectiva están apuntando por un futuro mejor, y
parecen dispuestos a construirlo con o sin nosotros y aún a pesar nuestro.
Hace poco fui entrevistado
por Ricardo Skewes Zorrilla. Un chico de 13 años, quien habla seis idiomas, lee
con voracidad y hace preguntas más inteligentes que muchos adultos. También
conocí a Karen, una niña que sueña con ser una gran gimnasta, y para lograrlo
no hay día que falte a sus entrenamientos ni competencia en la que no ponga lo
mejor de sí. Además recordé a Marla, una niña que toca el arpa con la misma
pasión que Jorgito empuña sus pinceles.
No son los únicos ni se
trata de casos extraordinarios. Son la gran mayoría de niños y adolescentes
quienes ven con entusiasmo el futuro y se encaminan hacia él llenos de
ilusiones (no uso la palabra esperanza, porque quienes la necesitamos somos los
desesperanzados adultos).
Así pues, qué bueno que
estos niños y jóvenes están tan dispuestos a soñar, enamorarse, crecer y
cambiar, porque es con esa energía —estoy seguro— que le darán al país la
trasformación de fondo que necesita.
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