Cotidianidades…
Fue el 9 de agosto del 2001 cuando pisé por primera vez Buenos Aires. Iba con hartas ilusiones y deseoso de conocer cuánto me fuera posible de ese país ajeno.
Esa misma tarde conocí a Mario Lombizano, un tipo de carcajada fácil, generoso y con un corazón gigante, con quien habría de entablar una amistad entrañable, edificada a base de chistes, charlas, cortaditos y alfajores.
Yo no podía saberlo, pero casualmente ese día que yo llegué a la ciudad, él estaba cumpliendo años.
Disfruté enormidades mi estancia en aquel país. Fueron dos años repletos de aprendizajes, de anécdotas divertidas y de amigos que me abrieron sus casas y sus corazones, aunque no exentos de situaciones que pusieron a prueba mi temple y mi buena suerte. El balance final, de cualquier modo, fue definitivamente positivo. Durante esos años allá, fui feliz.
Me resultó difícil dejar atrás esa época, aun así, nunca me arrepentiré de haber vuelto a Chiapas. Cada mañana recibo al menos un par de besos y abrazos que me confirman que acá estaba mi destino.
Sin embargo, de vez en vez, sobre todo entre sueños, se asoman recuerdos que remueven las añoranzas. Muchas, muchísimas veces he soñado que estoy en aquella ciudad que llegué a conocer bastante bien, a pesar de lo cual no encuentro el camino al almacén de mi amigo Mario.
En esas ocasiones despierto con cierta angustia, preguntándome si es que he perdido el rumbo en alguna de las rutas de mi vida, o si solo se trata de un amago de la nostalgia tan acostumbrada a atosigar al alma. Y, por supuesto, en esas mañanas desayuno en silencio, preguntándome también si algún día, gardelianamente, podré volver a visitar aquellos lares.
Sé que todo ha cambiado. Las calles ya no son las mismas, grupos de amigos de aquel entonces se han separado, y amistades muy queridas partieron hacia otros planos. Sé que encontraré poco de lo que antes había.
De todas formas la ilusión ahí sigue, y no tengo ganas de apagarla.
Hace poco volví a tener ese sueño que les conté antes, con la diferencia de que en esta ocasión me encontraba con mi amigo Diego, y él me llevaba en su taxi hasta la esquina de Ruggieri y Cabello, donde está el almacén de Mario.
Así que ahora sueño con que ese sueño pudiera ser una premonición. Y si bien es cierto que por el momento no tengo planes concretos para realizar ese viaje, sigo creyendo en los virajes sorpresivos de la fortuna, y me imagino a mí mismo llegando a darle un abrazo de cumpleaños a Mario.
Esa es una fantasía que al menos hoy no puedo hacer realidad, pero no importa, total, también de ilusiones estamos hechos. Feliz cumple, Marito.
Hasta la próxima.
 
 

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