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Mostrando entradas de abril, 2016

Cotidianidades... 142

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Levanté el vaso con vino para brindar por una pareja de amigos que cumplían tres años de casados, cuando la novia —ahora esposa— se acercó a preguntarme qué opinaba sobre el matrimonio. Envalentonado por el momento decidí expresar lo primero que me llegó a la mente, sólo que entonces descubrí a la dueña de mis quincenas acomodándose el cabello para escuchar mejor, y yo, sin amilanarme, espeté con voz estentórea para que todos lo oyeran y no sólo ellas:  —Déjame pensarlo y después te digo. Y en verdad sigo creyendo que es lo más honesto que podía expresar en ese instante, porque más allá de quienes me rodearan, era un error intentar pronunciarme con unas pocas frases sobre una relación tan compleja y llena de aristas y pasadizos como lo es el matrimonio. Además, cada quien habla según le va en esta feria llamada vida. En mi caso, por ejemplo, viví muchos años de soltero, y si bien eso me permitió navegar durante varios lustros a mi antojo y por donde se me diera la gana, no es m

Cotidianidades... 141

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La luz se fue justo cuando más la necesitábamos. Eran pasadas las diez de la noche, la dueña de mis quincenas y yo queríamos aprovechar para avanzar en nuestros respectivos trabajos dado que el querubín ya dormía, y era urgente el accionar del ventilador, porque el calor hacía insoportable permanecer a gusto en cualquier lugar y al menos yo, transpiraba hasta por los dedos. Claro que no acepté rendirme ante la calamidad y, para hacer más llevadero el momento, decidí entretenerme espantando a mi esposa con un ruido provocado a la distancia por el carrito de control remoto del querubín. Empapado —literalmente— gracias al calor tuxtleco, apenas logré armar la trampa, porque en el piso de arriba comenzaron a escucharse ruidos extraños, como si sacudieran la cama del querubín, y allá vamos escaleras arriba, dispuestos a enfrentarnos contra cualquier fuerza maligna. Era el niño que no dejaba de dar vueltas en la cama y no encontró paz ni tranquilidad, a pesar de que la autora de sus dí

Cotidianidades... 140

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Aunque desde hace algunos años escribo para niños y jóvenes, debo reconocer que mi convivencia con los querubines no es tan constante como quizá el oficio lo demanda, pues es con ellos que se puede uno acercar a la visión y a los problemas que tienen, y por lo mismo no desperdicio la oportunidad de verlos jugar y, mejor todavía, de escucharlos contándose sus vidas. Fue por eso que cuando la dueña de mis quincenas me avisó que había arreglado salir con una amiga de la escuela que tiene un hijo apenas un poco mayor que el nuestro, me apunté a acompañarlos, asegurando que con un niñero tan servicial y eficiente como yo, ellas podrían charlar muy a su gusto sin que los escuincles las estuvieran interrumpiendo. Me arreglé con bastante anticipación, bañé y vestí al querubín, y estuvimos puntuales en la casa de la amiga, de donde saldríamos juntos a una cafetería con juegos, sólo para encontrarnos con que nuestro esfuerzo no habría de fructificar, pues al niño le dejaron más tareas que a

Cotidianidades... 139

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Desde hace algunos años y como resultado del “efecto querubín”, la dueña de mis quincenas y yo apenas tenemos acceso a la televisión, y no han sido pocas las ocasiones en que, aun cuando el niño ya duerme, casi por inercia nos quedamos anclados en algún canal infantil. Durante las vacaciones tuve un par de momentos para disponer de la televisión a mis anchas, sólo para descubrir —después de darle dos vueltas a todos los canales de que dispongo—, que no había un programa que me interesara. En eso me topé de frente con un capítulo antiguo de “El chavo del ocho” producido justo —eso me enteraría al final— el año en que nací. Ahí aparecían los personajes paradigmáticos que aún pueblan el imaginario colectivo. Tan concentrado estaba en la pantalla chica, que no escuché entrar a una sobrina, y sólo me percate de su presencia cuando me reclamó entre broma y de veras que era una decepción encontrarme viendo un programa tan chafa. Siendo honestos en una primera instancia intenté defende